Nº 4. Año 2009 | ISSN: 1887-2174 | ||||
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UN RECORRIDO POR LOS ANTIGUOS CAMINOS DE LA MANCHA ALBACETENSE (ENTRE ÍBEROS Y ROMANOS) |
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Rubí Sanz Gamo |
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Directora del Museo Arqueológico Nacional de España | |||||
El río Júcar participa de
la ambivalencia de todos los cauces de agua caudalosos. Es a la vez frontera
y vía de comunicación. Desde el sur se nos antoja más bien frontera,
delimitador de un territorio repartido entre las provincias de Albacete y
Cuenca, La Manchuela. Con su imponente cañón, más allá de Jonquera serpentea
a través de margas y calizas, configurando junto al río Cabriel paisajes de
estrechas y fructíferas vegas. En la comarca, no excesivamente habitada,
pueblos y aldeas salpican un paisaje con un relieve muy suave, con pinares,
encinares, y cultivos de vides, donde otros cursos de agua, más pequeños y
hoy a penas con caudal, fueron intensamente utilizados, como el Valdemembra
y el Arroyo de Abengibre. La comarca está escasamente industrializada, por
ello quizás en algo podemos pensar en una cierta fosilización del paisaje
antiguo, aunque urbanizaciones e instalaciones varias fueron al traste con
algunos yacimientos arqueológicos, como ocurrió hace ya muchos años con un
pequeño poblado ibérico, La Morrica junto a Motilleja, a donde había
alcanzado el antiguo comercio de cerámicas griegas. Las transformaciones
llegaron de la mano de la agricultura (en Madrigueras el Cabezo de los Silos
fue arrasado), y su principal riqueza minera, la sal, no ha generado grandes
instalaciones modernas.![]() La Manchuela parece abrirse hacia el sur de Cuenca, el Júcar la abraza y la Serranía de Cuenca la comprime y delimita por el norte. En sí misma forma un territorio compacto, un espacio geográfico de interior con recursos naturales suficientes para el autoabastecimiento, incluso con microclima ¿Un espacio cerrado? Tal parece cuando la observamos en un mapa, a ello contribuye el hecho de que hasta hace poco no fuera cruzada por alguna de las grandes vías de comunicación peninsulares modernas. Estas circunstancias han influido en las muy escasas investigaciones sobre el pasado, pues siempre ha sido un territorio que resultaba más difícil de estudiar, sobre todo cuando al norte estaban bien definidos los pueblos celtíberos, y al sur del Júcar los íberos. Dicho de otro modo, era más fácil, para el arqueólogo, estudiar las zonas periféricas a La Manchuela porque los elementos culturales (cerámicas, armas, monedas, etc) no dejaban dudas sobre su adscripción a los íberos o a los celtíberos. Así en La Manchuela, de donde conocemos muchos objetos procedentes de hallazgos casuales en general debidos a trabajos de laboreo, se han realizado muy pocas excavaciones arqueológicas, limitadas al espacio conquense, a la villa romana de la Casa de los Guardas en Tarazona de la Mancha, y en una urgencia en el Pelao de Jorquera. Antiguos pueblos en el entorno de los caminos. Los textos antiguos, fundamentalmente Estrabón, Plinio y Ptolomeo, dan cuenta de las relaciones de pueblos que habitaron la península Ibérica, entre ellos los contestanos, los bastetanos, los oretanos, los edetanos, o entre los celtíberos los olcades y los lobetanos (posiblemente una rama de los olcades. A lo largo del último siglo diversas publicaciones han ido situándolos en los mapas: los contestanos en las costas alicantinas hasta Cartagena por el sur, extendiéndose hacia tierras de Albacete; los bastetanos en las hoyas granadinas, especialmente la de Baza, unas investigaciones los hacen llegar hasta el río Júcar por el norte pues Ptolomeo nombra a Saltigi (Chinchilla) como ciudad Bastetana, aunque otras los reducen al sur de la provincia de Albacete (en el entorno de Nerpio) y una parte de la alta Andalucía; los oretanos entre Jaén, Ciudad Real y el oeste de Albacete; los edetanos en tierras valencianas. Los pueblos del norte del río Júcar (el antiguo Sucro), los situados en la comarca de La Manchuela, ¿a qué etnia pertenecieron? La respuesta es todavía muy confusa. M. Sierra, que ha excavado en el yacimiento de Barchín del Hoyo (Cuenca), lo interpreta como un poblado ibérico por los ajuares cerámicos, pero también participa de elementos celtíberos como es el foso de la muralla. J. M. Millán al excavar la necrópolis del Cerro de la Virgen de la Cuesta (Alconchel de la Estrella, Cuenca) la nombra como ibérica, pues posee túmulos funerarios escalonados, pero sus ajuares están relacionados con los celtíberos (espadas de antenas), e incluso se ha propuesto que cerca estaría la ciudad de Althia, olcade y aliada de los cartagineses durante el proceso de la Segunda Guerra Púnica, pero es solamente un supuesto. Ambos lugares –Barchín del Hoyo y el Cerro de la Virgen de la Cuesta- están en la periferia de La Manchuela, donde los resultados de las investigaciones no están sino mostrando unas tierras de contactos. Más al sur, en el corazón de La Manchuela, en Iniesta, las dos necrópolis excavadas por M. A. Valero son ibéricas (Cerro Gil y Punta del Barrionuevo) en su morfología y en sus ajuares, por lo que parece que los pueblos antiguos de La Manchuela fueron ibéricos, pero el pueblo concreto al que se vincularon por hoy lo desconocemos. Espacio cerrado y tierra de paso. En el año 1978 el profesor Almagro-Gorbea señaló la presencia de un antiguo camino que desde el Alto Jalón (Soria) alcanzaba las tierras de Albacete y Cuenca para dirigirse a otros puntos de la geografía del sur y sureste peninsular. Por esa vía circularon los más diversos productos, por ejemplo manufacturas como la espada de Carboneras, la punta de lanza de Alarcón o las anillas de Cardenete (los tres lugares en Cuenca), o cerámicas decoradas con pequeñas incisiones halladas en Alcalá del Júcar. Era un camino de ida y vuelta, de relación entre lo celtibérico y lo ibérico, que permitió la circulación de piezas como las placas de cinturón de tipo céltico de Los Villares de Hoya Gonzalo -una más antigua del siglo VI aC y otra de la centuria siguiente-, las procedentes del Camino de la Cruz (Hoya Gonzalo) o de la Casa del Monte de Valdeganga (L. Soria y H. García 1996); un camino por el que llegaron a la Casa de Villaralto de Mahora tres espléndidos broches de cinturón de tipo ibérico. Una de las actividades económicas de estos parajes giró en torno a la explotación de yacimientos salinos, lo que favoreció el desarrollo de un comercio de lujo como muestra la adquisición de cerámicas áticas de figuras rojas en el siglo V aC; un comercio que, siglos después, en el II-I aC, permitió la llegada de las cerámicas itálicas que conocemos como campanienses. La presencia de las cerámicas griegas primero, y de las itálicas después, ambas muy ligadas a lugares cercanos a vías de comunicación de largo alcance, parece mostrar la permanencia de un trazado viario entre el Júcar y las tierras situadas más al norte, hacia el núcleo salino del entorno de Iniesta. Hacia el cambio de era el geógrafo griego Estrabón mencionó a la ciudad de Egelasta en el itinerario de un antiguo camino, el que desde las costas mediterráneas se internaba hacia el interior para alcanzar, finalmente, las tierras del alto Guadalquivir: “la vía que llaman “exterior” y que va de Italia a Iberia: concretamente, a la Baitiké. Esta vía se acerca a veces al mar; otras, se aleja de él, sobre todo en los tramos occidentales … Antes la vía cruzaba por medio del campo [se refiere al espartario] y por “Egelastai”; más era difícil y larga” (Estrabón, Geografía III, 4, 9, traducción de García y Bellido ed. 1983, 140). Desde el siglo V aC el camino más activo, por el que circularon las mercancías, discurría por el sur, identificado como la vía Hercúlea y después como el Camino de Aníbal, atravesaba la provincia de Albacete de este a oeste entrando por Caudete y abandonándola por El Ballestero para alcanzar a la ciudad de Cástulo (Linares, Jaén). En este camino Egelasta queda al margen, por lo que es posible que Estrabón esté mencionando otro, más antiguo, pues basó su relato en autores anteriores, entre ellos Polibio que estuvo en Iberia a raíz de la guerra de Numancia en el 133 aC, y Artemidoro. También es posible considerar que Estrabón se refiriera a un territorio genérico, el de Egelasta, cuya influencia se extendiera, de alguna manera, al sur del río Júcar, en ese caso se entendería la oposición entre un camino difícil y largo a otro nuevo, más corto, que era el de la vía Augusta por Eliocroca (Lorca), pues por el tiempo en que Estrabón escribió (entre el 29 y el 7 aC) la vía de comunicación entre levante y la Bética comenzaba a transformarse y el camino por la meseta meridional iba perdiendo importancia. Pero este supuesto es solo eso, una posibilidad que precisa todavía de muchos datos, entre ellos la influencia monetal de las acuñaciones de la zona, las de Ikalesken, que raramente sobrepasan la línea del Júcar. Así, con la carencia de muchos registros, sí parece apreciarse unas relaciones entre los pueblos del norte y del sur del Júcar. Los hallazgos van conformando ese complejo puzzle, y entre ellos se encuentran la presencia de monedas púnicas en la comarca. Se trata de cinco piezas acuñadas entre el 237-195 aC en la ceca de Kart-Hadasaht (Cartago Nova), dos cuartos de calco y tres calcos. La presencia de las monedas no es de extrañar si tenemos en cuenta que la dinastía de los bárquidas tuvo una amplia política expansionista peninsular, y fue a través de una vía que cruzaba el Júcar por donde debieron llegar hacia la ciudad de Althia. Entre el Camino de Aníbal a la altura de Pétrola y el Júcar discurre un vial con los sugestivos topónimos de “losa”, “losilla”, repetidos varias veces, que indican la presencia de una antigua vía de comunicación hacia el Júcar, y desde el río hacia la zona de Iniesta a través del Arroyo de Abengibre. Dicho de otro modo, se trata de un camino que comunica dos áreas de explotación salina (Pétrola y Minglanilla) e incluso una tercera intermedia (Fuentealbilla). La importancia del comercio antiguo de la sal está siendo paulatinamente valorada por la investigación arqueológica, ciñéndonos a la provincia de Albacete el comercio de la sal y el control de los pozos de agua de la cuenca endorreica explica la alta riqueza de sus yacimientos ibéricos con esculturas (por ejemplo Pozo Moro, Los Villares de Hoya Gonzalo, La Losa en las Casas de Juan Núñez) y la presencia de cerámicas griegas. Más adelante, en época romana, la importancia de las salinas de Minglanilla merecieron la atención de Plinio el Viejo, quien en su Naturalis Historia (XXXI, 39, 60) nombró las minas de sal de Egelasta: In Hispania quoque Citeriore Egelastae caeditur glaebis paene translucentibus, cui iam pridem palma a plerisque medicis inter omnia Sali genera perhibetur (También en la Hispania Citerior, en Egelasta, se corta la sal en terrones casi transparentes; la mayoría de los médicos, desde hace tiempo, le concede la palma entre todas las clases de sal) (traducción de Bejarano 1987, 164). La distribución de las poblaciones. Tal vez fue el comercio del vino el que motivó que en el siglo VI aC algunas manufacturas fenicias llegara a estas tierras, por ahora es solamente una hipótesis, una conjetura cuyas bases parecen desvelarse lentamente. Ese comercio alcanza a las tierras del interior, a la provincia de Albacete a través de una de sus vías de penetración: el río Segura, y a los paisajes más o menos cercanos. Los ecos se encuentran en El Macalón en Nerpio, en Los Almadenes en Hellín, en La Quéjola en San Pedro, pero también en el enterramiento de la Casa del Monte de La Recueja. Sea como fuere, las evidencias que proporciona la arqueología están mostrando, poco a poco, un paisaje antiguo, de época ibérica, formado por núcleos de población en general no excesivamente grandes, que explotaban sobre todo los recursos agrícolas de la comarca, los yacimientos salinos (no es casual las altas concentraciones de lugares de hábitat de la Edad del Bronce en torno a Fuentealbilla y a la laguna de Pétrola), y donde los cauces del Valdemembra, del Arroyo de Abengibre, y del Júcar ordenaron la distribución de la población.Desde el siglo V aC el territorio estaba habitado en toda su extensión, con poblados en cabezos, promontorios o en llano (Soria 2000, 531), desde las Casas del Cilanco (Villatoya) hasta San Jorge en Madrigueras. A ese paisaje nos acerca la tesis doctoral de L. Soria. El oppidum más importante era el de El Villar-Las Eras (Alcalá del Júcar) con 100.000 metros cuadrados de extensión, dominando el paso del río Júcar y sus fértiles tierras ribereñas. Un lugar cuya posición estratégica le hicieron ser longevo, pues los registros de superficie extienden la vida del lugar entre los siglos VI aC y I dC (Soria 2000, 119 ss). Del poblado proceden cerámicas antiguas realizadas a mano, cerámicas ibéricas (alguna con decoración figurada), algún fragmento de ánfora romana republicana, y cerámicas romanas como las sigillatas hispánicas y subgálicas. En su entorno, vinculados con la vida del poblado, hemos de situar el horno de cerámica de la Casa Grande, al menos activo desde el siglo III aC, y el Abrigo de la Reiná, elevado sobre el río. En un recorrido hacia el norte, a ambos lados del Arroyo de Abengibre y protegido por la Sierra de Las Carboneras por el norte, los Villares de las Carboneras (Soria 2000, 92 ss) agrupó a la población en una extensión de 3 Ha, a tan solo 500 metros del Arroyo de Abengibre. Nuevamente los registros son antiguos con cerámicas a mano, incisas. En la centuria siguiente al paisaje urbano de la comarca se sumaron otros lugares como el Vallejo de las Viñas, los Villares de Cenizate, la Casilla del Mixto en Fuentealbilla, la Casa de la Matosa, la Casa de Villaralto, etc, pero también hubo abandonos (en El Castillejo, en el Cilanco, o La Morrica de Motilleja). Lejos de la quietud, del estancamiento, de los grupos humanos cerrados, los siglos anteriores al cambio de era se nos muestran como los de un mundo en continuo movimiento. ![]() Muy cerca de Abengibre, Los Villares de Abengibre tuvo una extensión más reducida, 1 Ha (Soria 2000, 96-97), en la que todavía se aprecian algunas alineaciones de muros. En este entorno fue hallado uno de los tesoros de plata prerromanos, se trata del conjunto de platos de la Rambla de la Granja en el Vallejo de las Viñas. El hallazgo y estudio de este conjunto ha generado una notoria bibliografía en la que se han mencionado las circunstancias del hallazgo, la repartición en dos lotes diferentes, las gestiones para su adquisición por parte del Museo Arqueológico Nacional; han sido estudiados sus aspectos formales relacionándose tanto con las vajillas griegas áticas como con las itálicas campanienses; han sido transcritas, publicadas y estudiadas las inscripciones de algunos de ellos sobre las que también se han lanzado diversas propuestas de cronología; igualmente han sido apreciadas otro tipo de decoraciones, tales como las palmetas o las figuras zoomorfas finamenente dibujadas en algunos platos. Las inscripciones de Abengibre están escritas en el mismo alfabeto ibérico meridional que las existentes en el Abrigo de La Reiná mencionado. Este tipo de alfabeto llevó a uno de los estudiosos, Martínez Santa-Olalla (1934), a situarlas en el área étnica de los mastienos-bastetanos, sin embargo trabajos más recientes permiten rechazar tal adscripción, otra cosa es la existencia de amplias relaciones comerciales, de intercambio de productos, de ideas, etc. ![]() Plato de Abengibre (Museo Arqueológico Nacional) El área de La Manchuela estaba inmersa en ello. Al norte del eje, de la Iniesta antigua conocemos el pequeño núcleo urbano (oppidum) de tan solo 4 hectáreas que se encontraba 200 metros al noroeste de la necrópolis del Cerro Gil, tal vez el mismo que en los siglos I y II aC acuñó moneda con el nombre de Ikalesken, y que después los romanos nombrarían como Egelasta, situado bien en ese lugar, bien desplazado en otro espacio del entorno. ![]() Denario de Ikalesken (fotografía MAN) Si nos centramos en los tiempos previos a la conquista romana apreciamos cómo en el sector occidental de la comarca se localizan poblados ibéricos en altura (Berli, Cabezo de los Silos, San Jorge, Los Cabezos) que poco a poco fueron declinando. En paralelo nuevos productos, itálicos, fueron inundando los mercados: cerámicas campanienses en San Jorge (Madrigueras), en El Villar-Las Eras, en Jonquera, El Paraor, en Los Villares de Carboneras, en el Vallejo de las Viñas, o en Los Charcos; a veces esas importaciones son ánforas itálicas (Casilla del Mixto, Los Villares de Carboneras, la Casa de la Jordana, Casa de la Gallega en Cenizate), o ungüentarios (Los Charcos), unas y otros denuncian la paulatina presencia de importaciones traídas por los nuevos señores, los poderosos romanos. ![]() En Villalgordo del Júcar,
en El Batanejo, el aterrazamiento artificial que se desliza hasta la orilla
del Júcar deja ver muros alineados de piedra, pertenecieron a una villa
romana cuya vida se extendió durante varios siglos, los que van desde el ara
dedicada a Júpiter por Plotius Rodhanus, seguramente un galo afincado
en esas tierras, hasta una lucerna tardía del siglo V. Otros hallazgos
denuncian la existencia de villae extendidas por todo el territorio,
señalemos solamente algunos: en Zulema (Alcalá del Júcar) se descubrió una
pequeña estatuilla de bronce representando al dios Mercurio, pues está
desnudo, viste la clámide, en una de sus manos porta el marsupium
(bolsa), y la cabeza la cubre con el petaso alado, una imagen que sin duda
estaba vinculada, posiblemente, con la presencia de un lararium, el
pequeño altar doméstico. En La Fuente Grande (Fuentealbilla) la presencia de
una construcción de piedra, abovedada, con caños de entrada y salida de
agua, no es sino un depósito de captación de aguas, vinculado con la villa
romana que, posiblemente, explotara el cercano manantial de agua salada. En
Mahora, al sur de Los Cabezos, se conoce la existencia de una villa por los
restos de ladrillos que son privativos de las termas romanas o de las
habitaciones calefactadas, que también se hallaron en Los Villares de
Carboneras. B. Gamo ha señalado los dos tipos de asentamientos tardíos para el área de La Manchuela albacetense, los rurales (Casa de la Zúa, Las Escobosas, la Casa de los Guardas y Casas Viejas en Tarazona de la Mancha, los Pontones al otro lado del río Júcar en Albacete, y El Ardal en Fuentealbilla), todos ellos en el tramo donde el río se expande en terrazas amplias, y en altura El Pelao, (Gamo 1998, 267).
Las necrópolis.
De la ocupación del territorio dan cuenta también las necrópolis, más o
menos cercanas a los poblados. Su localización confirma la amplia
distribución de la población. El registro más antiguo es el citado de la
Casa del Monte de La Recueja, donde fue descubierta una sepultura en la que
las cenizas estaban recogidas en una alta urna decorada con líneas
paralelas, con un hombro alto, que estaba cubierta con un plato-tapadera de
ala ancha, y como ajuar una fíbula de bronce, antigua, del grupo
Alcores-Acebuchal (Zarzalejos y López Precioso 2005).
Mosaico del Cerro Gil de
Iniesta, detalle (fotografía R. Sanz) Todas estas necrópolis
monumentales nos aproximan a un mundo aristocrático, de élites poderosas que
se exhibían a través de elementos suntuarios, con ellos perpetuaban su
linaje a la vez que introducían nuevos productos importados de otros lugares
de la península o debidos al comercio griego. Pero el poder no solamente se
manifestaba a través de las construcciones escalonadas de las necrópolis,
también en los atuendos. Uno de los relieves del monumento de Pozo Moro, o
el Caballero de los Villares de Hoya Gonzalo, muestran a la clase poderosa
vestida con un corto faldellín que ase ciñe a la cintura a través de un
ancho cinturón. Así hemos de interpretar la función, utilitaria y simbólica,
de las placas de cinturón de Mahora, procedentes de la necrópolis de la Casa
de Villaralto. En total se hallaron tres piezas fabricadas en bronce, pero
están decoradas con precisos nielados en plata formando motivos geométricos
entre los que se insertan cabezas de serpientes como decoraciones más
visibles, mientras otras decoraciones, más tenues, están formadas por las
incisiones con las que se dibujan palmetas de tipo griego.
![]() Placas de cinturón de la Casa de Villaralto de Mahora (fotografía B. Gamo) Las placas de cinturón se insertan en un tiempo dinámico, de relaciones, en el que, como he señalado, las importaciones de cerámicas griegas eran frecuentes. Dichas importaciones se adquirían para acompañar los restos quemados en el interior de los hoyos de las sepulturas más que para celebraciones, aunque la necrópolis de los Villares de Hoya Gonzalo testimonia el banquete funerario a la manera griega. Nuevamente Iniesta a través de la necrópolis de la Punta del Barrionuevo ejemplifica esas relaciones a través de algunas cerámicas áticas que, como modelo de prestigio, fueron imitadas por los íberos.
Cerámicas de la Punta del
Barrionuevo (fotografía M. A. Valero)
Hacia el cambio de era se produjo la convivencia de productos ibéricos con otros romanos. La necrópolis que ejemplifica la paulatina aceptación de los modelos romanos es la de Mahora, localizada en el interior de la población, en el solar donde estuvo la bodega de los hermanos Terol. Algunas obras realizadas en la misma en la década de los años 40 descubrieron una sepultura en la que una vasija ibérica, pintada, contenedora de los restos quemados de una persona, fue tapada con un plato romano, un cuenco de terra sigillata subgálica del taller de Crucur. Esta tumba indica un nuevo tiempo en el que las tradiciones ibéricas están ya prácticamente perdidas, prácticamente reducidas a algunos ajuares de cerámica. Un tiempo en el que los modelos son romanos, así lo muestra un reciente hallazgo en Fuentealbilla. Se trata de una cabeza masculina, de arte provincial, realizada en piedra arenisca, que seguramente ornaba un monumento funerario, de un tipo que poco a poco está siendo definido en la provincia de Albacete (El Tolmo, Santa Ana de Abajo, Ontur). Otra cabecita procede de la Cueva Negra (Abengibre). Estos todavía por ahora escasos ejemplos de escultura romana (al que hemos de sumar el mercurio de Zulema), así como los mosaicos de la Casa de los Guardas, o las noticias del sarcófago hallado en Los Regates (Villalgordo), contribuyen a mostrar el microcosmos de las villas romanas, que lejos de ser espacios aislados representan su inserción en los gustos y modas de la época.
Cabeza romana de Fuentealbilla (foto R. Sanz) La cabeza de Fuentealbilla es posible que estuviera asociada a un monumento funerario. Se trata de un retrato privado, de un arte provincial, tallado en piedra arenisca. El peinado muestra un flequillo liso cayendo sobre la frente, lo que la aproxima a las esculturas del siglo I. los ojos están muy abiertos, perfectamente definidos los párpados, la nariz y la boca están rotas. Del Pelao (Jorquera) proceden algunos epígrafes funerarios escritos sobre grandes sillares de granito, que nuevamente, remiten a un paisaje funerario de época romana, sobre la hoz del Júcar. Ese mismo lugar, después, fue utilizado como cementerio visigodo, con tumbas simples o dobles excavadas en la roca, como también las hay en el cercano lugar de El Tollo (Gamo Parras 1998, 179 ss). Pero eso es ya otra historia. Bibliografía Abad Casal, L., y Sanz Gamo, R., 1999: “Iberos y romanos en la Manchuela albacetense: problemas en torno al cambio cultural”. 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Sanz Gamo, R. (2009); "Un recorrido por los antiguos caminos de la Mancha albacetense (entre íberos y romanos)", en Alaxarch. Revista de estudios de la Manchuela (documento en linea). ALAXARCH AUTORIZA SU REPRODUCCIÓN CON FINES DE DIVULGACIÓN CIENTÍFICA Y CULTURAL SIENDO OBLIGADO QUE CONSTE DE FORMA VISIBLE, CLARA E INEQUÍVOCA EL AUTOR DE ESTE ARTÍCULO Y QUE PROCEDE DE ALAXARCH. REVISTA DE ESTUDIOS DE LA MANCHUELA. TODOS LOS DERECHOS DE EXPLOTACIÓN COMERCIAL ESTÁN RESERVADOS A FAVOR DE SU AUTOR POR LO QUE SE PROHIBE SU REPRODUCCIÓN CON FINES LUCRATIVOS Y/O COMERCIALES. |
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